jueves, enero 11, 2007

Hoy te quiero. Mañana quizás. Curioso, ¿verdad?.

Porque elijo amarte, entendiendo que el amor es un compromiso que se renueva día a día. Es un interrogante constante. Es una hermosa incertidumbre. Una elección de vida.

Elijo quererte, depositando en vos mi esperanza. Dejando de lado convencionalismos. No pidiendo nada. Optando por darte todo.

Dedicarte mis desvelos y mis sueños. Mis miradas y mis sonrisas. Humedeciendo mis ojos al no encontrarte. Regocijándome con tu presencia, porque la celebro.

Te acepto tal cual eres, con defectos y virtudes. No pretendo cambiarte ni cambiar nada. Así te conocí. Así aprendí a quererte, tras hacer a un lado los miedos.

No pretendo engañarte. Sería insultar tu inteligencia. No pretendo darme aires de mujer segura, porque no lo soy. Tampoco alardear de decidida, porque nada más alejado de la realidad. Reconozco mis falencias, mis debilidades. Y también mi empecinamiento... ¿por qué negarlo? No te pido nada.

No necesito nada más que tu cercanía, aunque sólo sea la comunión de almas.

Tan solo con pensar en ti me siento en compañía. La melancolía se esfuma dando paso a una sonrisa. Porque tu brillo me renueva. Porque tu luz me ilumina. Porque tu recuerdo me alegra.

En esta etapa de mi vida, donde la adultez ya me ha invadido, siento la necesidad de jugar con mis manos, mientras mis dedos me pellizcan para cerciorarme de que estoy despierta.

Surgiste de la nada, de improviso. Y sólo pude reparar en una sonrisa abierta y franca, de ésas que dejan escapar la franca alegría por un encuentro. Y me enamoré de ella.

Mil cosas sucedieron luego que no viene a cuento recordar... porque son inútilmente banales. Porque fueron tan sólo pretextos. De ambas partes, habiendo sido yo la mayor responsable de ellos. Mis excusas y mis limitaciones, que son demasiadas, y esos tabúes de los que no pude aún desprenderme del todo, inculcados por mi madre.

Vivía lamentando mi soledad mientras te sabía en compañía. Aunque abrigaba la esperanza de que me estuvieses buscando en otras mujeres, y esperaba que no me encontrases en ninguna.

¡Menuda forma de flagelarme! Sin embargo, pude sostener amistad, camaradería, y tener siempre la sonrisa a flor de labios, mientras mi corazón sangraba por las heridas.

Pero evitaba mirarte demasiado. ¿Por qué? Porque siempre consideré a los ojos como ventanas del alma. Y temía que se me escapase para hablarte.

Y entonces comprendí cuan idiota había sido, y propicié el momento para hablarte. Fue cuando te acorralé con mis verdades, que son las mismas que las tuyas. Y no permití que te hicieses a un lado porque, como yo antaño, buscaste todas las excusas posibles para que todo se diluyese.

Fue maravilloso para mí poder hablarte mirándote a los ojos, diciéndote lo que sentía, confesando y volcando todo. Porque al sincerarme alivié mi carga. Acorralado por la certeza de que no encontrarías un recoveco por donde escapar, alegaste que no era el mejor momento de tu vida.

Pues bien, cualquier momento puede ser el mejor si te concedes la posibilidad de amar. Eso lo aprendí cuando creí que había perdido todo.

Eso es lo que intentaré hacerte vivir. Aunque sólo sea hoy, ese hoy nuestro de cada día, renovado con cada aurora, celebrado con cada luna.

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